domingo, 11 de noviembre de 2012

El Pancho Loco





María Cristina Ogalde

Talcahuano es una ciudad con historia, rica en personajes mágicos y lugares ancestrales.  Hoy rescatemos de la memoria colectiva la presencia de: “el Pancho loco”. Quien que no sea “chorero”, no lo vio por las calles de Talcahuano en los años sesenta con su atado de diarios amarrados por una correa sujetándolos a un costado, su figura un poco encorvada por el peso de las noticias cargadas en su cadera o por años vividos que ya eran muchos. Recuerdo que en su rostro desgreñado tenía un ojo de color y un ojo emblanquecido (bien poco veía el hombre), el cual inspiraba mucho temor a los niños, después adulta comprendí que su ojo blanco era una nube que opacaba su visión. Con todo esto lo que más impresionaba de este personaje, chorero cien por ciento, era su alucinante vozarrón con que anunciaba los diarios y peleaba con los niños que lo molestaban. Seguramente era dueño de una gran hiperkinesia, que infundía mayor terror a los niños, todos arrancábamos cuando llegaba el “Pancho Loco” al barrio. Tanto en el centro como en los cerros, en el Arenal o en Gaete, en el Morro o por el malecón. Los chicos más audaces osaban molestarlo lo que desataba sus iras, carreras iban, carreras venían, arrancando del “Pancho Loco”. A veces llevaba un palo en su mano, tal vez para apoyar su figura encorvada, que aparentemente no medía más de un metro cincuenta y cuatro pero que desde la pequeñez de mi infancia, lo veía enorme y aterrador, ágil, capaz de alcanzarme hasta el propio patio de mi casa en la calle Infiernillo que después pasó a llamarse Juan de la Cruz Tapia, frente a la laguna y a la cancha Macera, verdadero tierral que quitaba rapidez a mis piernas infantiles. Con el correr del tiempo, mi niñez se fue pasando en el Liceo Fiscal tuve una amiga muy querida y por ahí por el tercer año fui a su casa en la Población Morgado, a pedirle unas tareas, y tamaña sorpresa me llevé pues quien me abrió la puerta era el mismísimo “Pancho loco”, con pantuflas, no tenía los diarios cargando al costado ni el palo en la mano pero con el mismo e inconfundible vozarrón me preguntó a quién buscaba: me quedé muda, mis neuronas juveniles estaban procesando la imagen que recibía, no sabía si salir arrancando o responder la pregunta, después del primer instante, con un dejo de admiración  respondí. Mientras iban a buscar a mi amiga, pude comprender que “el Pancho loco”, era una persona, tenía una vida, una familia y un trabajo que desempeñó muy bien. Aún están en mi retina las dos imágenes, el vendedor de diarios y el dueño de casa, abuelo de mi amiga.



HIGUERAS Y LOS HUACHIPATINOS





Este sector, se formó en torno a los conjuntos residenciales destinados a los empleados de la Usina de Huachipato, con lo cual se formó la Villa Presidente Juan Antonio Ríos, la que se dotó de implementaciones básicas tales como hospital, estadio, comercio y servicios básicos. Con el tiempo, se han ido construyendo otras poblaciones, aprovechando el equipamiento existente. Actualmente, el hospital, en proceso de normalización, está cambiando fuertemente su cara, modernizando notablemente su infraestructura. Como todos sus moradores eran trabajadores de Huachipato se les llamaba  huachipatinos y fueron en sus inicios un barrio privilegiado, por contar con entradas económicas fijas  mensualmente  y que, según el pueblo no era poca, tenían un cierto estatus social. Lo que contribuía a este mito eran las fiestas de navidad para los hijos de los huachipatinos. Su empresa se encargaba de entregarles hermosos y costosos juguetes que el día 25 de Diciembre alfombraban las estrechas calles de este sector. Muñecas gigantes, muñecas que hablan, carros y autos a control remoto, triciclos y bicicletas, múltiples colores y ruidos infantiles que en otros barrios no se veían, con el tiempo se envejeció como todos, abundaron los jubilados, los hijos emigraron y las navidades soñadas dejaron de existir.

EL BARRIO BILBAO




Gladys Amigo
J.V. ARENAL

El centro comercial de antaño no era la calle Colón ni Bulnes, ni la Galería Atik, ni la de la Cámara de comercio. No señor, el Centro Comercial era la calle Bilbao, unas tres cuadras de la calle Colón perpendicular a Bilbao, la Avenida España y Pedro Montt, hasta llegar al malecón de San Vicente, allí en ese terminal pesquero todos llegaban a comprar la merluza aún dando boqueadas de fresca, las jaivas, las pancoras, las perchas de piures, las mallas de cholguas, las sierras, los congrios y unos locos que no cabían en la palma de la mano, así de grandes eran, todo barato y fresco. Había otro centro comercial, se ubicaba en la calle Pedro Montt, ahí estaban las ferreterías, allí se podía comprar desde el carburo hasta las alpargatas, perros de ropa, cordeles, limpiolina y lanolina. Por la Avenida España estaban los almacenes y las carnicerías, en la calle Malaquías Concha al llegar a  Bilbao la vega con sus verduras. En Bilbao se encontraban las tiendas, zapaterías, farmacias, panaderías, librerías, fuente de sodas, restaurantes, mueblerías peluquerías, perfumerías, sastrerías toda la gran variedad de comercio establecido estaba representado  allí y en parte de la calle Colón.  Eran calles hermosas siempre atiborradas de gente. Por el costado paralelo a Colón, estaba el barrio chino con el Nuria, las reconocidas regentas de prostíbulos: la tía Yola, la tía Carlina y sólo sabe Dios cuántas otras tías se instalaban en la calle Barros Arana. Ayudaba a este barrio cosmopolita y variopinto la estación de trenes Arenal, que era el brazo largo y rural de  gente de otros barrios que venían a intercambiar sus productos para satisfacer sus necesidades y deseos de distracción y naturaleza.

CALETA EL MORRO





Esta caleta nace en la isla Rocuant en los años 1935.  Por Decreto Supremo se establece que en los faldeos del  Cerro El Morro de propiedad o manejo de las Fuerzas Armadas quienes en su sima tenían contingente apostado, se construyeran viviendas en formas de pabellones para que fueran habitadas por los pescadores artesanales más precarios de la isla Rocuant. Sus playas eran el único balneario  popular donde era costumbre no solo bañarse sino también “sacar tacas”, molusco apreciado que se podía comer a orilla sólo con limón o cocidas untadas en ají rojo. O carbonada o caldillo o con arroz…en fin mil maneras de cocinarla según la imaginación popular de la dueña de casa. Los habitantes de la Caleta El Morro comercializaban este producto en pequeños negocios, casi en la clandestinidad. La Armada controlaba el recinto. También se vendía pan, tomates y frutas para los veraneantes de día o los que acampaban en la playa, los más osados levantaban ramadas y ofrecían al turista pescado frito, papas cocidas, pebre y “bien regado con tinto o del otro”. Con el tiempo y como la población fue creciendo con los hijos y los hijos de los hijos que se casaban  y también se dedicaban a la pesca artesanal se formó el Sindicato de Pescadores y después el Club Deportivo. Era todo un paraíso, nuestra Caleta El Morro, con el estadio deportivo donde el Club Naval cosechaba triunfos y atraía público, el mejor y preferido balneario popular del puerto. Este placebo de la naturaleza solo fue interrumpido en los años 52 cuando Estados Unidos lanzó una bomba atómica en el Pacífico y la mar entró a nuestras casas, en el año 60 con el terremoto de Valdivia pasó lo mismo y entre esos años en forma lenta y disfrazada de prosperidad entraron las pesqueras, primero en forma rudimentaria, con promesas económicas para nuestros padres, pero al crecer la flota pesquera de las empresas creció el desastre económico al aguas. Se volvieron rojas, el aire irrespirable, murieron las tacas, murió la playa, se fueron los bañistas y quedamos nosotros con nuestra carga nauseabunda y pestilente de los residuos de las pesqueras.
En el año 71 se formó la Junta de Vecinos para defenderse y trabajar por el bienestar de los vecinos junto al municipio. Las pesqueras se fueron y comenzó a recuperarse lentamente el borde costero hasta que llegó el 27/ F con sus olas gigantes y su gran terremoto, arrasó con todo, casas, botes, barcos. Nada se salvó. La laguna Recamo, hogar de innumerables aves y peces, hasta cisnes de cuello negro que llegaron del sur. De caleta turística artesanal nos convertimos en la Aldea El Morro, en el patio del Estadio El Morro. Con la reconstrucción de la comuna y el nuevo plan regulador  de Talcahuano tenemos la esperanza de volver a ser artesanal y turística ofreciendo al visitante la hermosura de nuestra playa.